Te odio Whatsapp...

9:32 de la mañana del sábado.  Duermo plácidamente. Los datos del celular: desactivados.  Los dedos tuvieron un trabajo pesado la noche anterior. Centenares de mensajes iban y venían.  Yo pretendía tener una cálida velada con amigos que no veía hace algún tiempo por lo que  después de 1 hora con la cabeza baja hundida en las conversaciones de los que no están presentes, decidí dejarlo a un lado y disfrutar la compañía... de pronto los demás harían lo mismo.  Pero no, no pasa. De alguna manera todos están más concentrados en lo que pasa adentro que afuera, me pregunto ¿Yo soy así?, parece que sí y tengo un problema.

Se preguntarán ¿Para qué desactivar los datos?, práctica que se me ha convertido en recurrente últimamente.  Resulta que el Whatsapp se ha convertido en la peor de las adicciones.  Y desactivar los datos no sé si resulta el mejor de los remedios o la mejor forma de alimentar la enfermedad.

Cuando desactivo los datos, me puedo dedicar a trabajar,  me enfoco en cualquier actividad que esté desarrollando, así sea solo mirar para el techo.  Pero en algún momento caigo en la terrible necesidad de volver a encenderlos; con miedo y ansias apreto ese botón que dice "Móvil y datos", en milésimas de segundos me pregunto ¿cuántos mensajes tendré?, ¿quién me estará hablando?.... Aparecen los mensajes y otra vez mi concentración en las tareas cotidianas y en las personas a mi lado se pierde y me vuelvo a sumergir en ese mundo en donde todos están hablando, pero uno no conversa con nadie.

Entonces empiezo a odiarlo. Es tan impersonal,  ese mundo digital de Facebook, Twitter, Instagram (el peor de todo) y ahora Whatsapp. Muestra lo que quieras, di lo que quieras y pierde la autenticidad si quieres, porque al fin y al cabo nadie te está viendo. Actualiza la foto ojalá con un "selfie" para que todos sepan que eres mejor de lo que tú mismo crees. Mide tu vida no por qué tan feliz eres, sino al contrario, por qué tan feliz creen los demás que eres.  Esa es la clave, ser aceptado.

Vuelvo a bloquear los datos, si quieren estar conmigo, ¡que me llamen!. Atrás quedaron los buenos tiempos cuando recibías las llamadas de tus amigos en tu cumpleaños o en navidad.  Ahora tenemos un grupo en donde pegamos el mensaje genérico de turno y salimos del paso de esa obligación social.  El objetivo, nuevamente, es ser visto.

Sí, es cierto que la tecnología acorta distancias. Pero de vez en cuando la voz cálida a través del teléfono, el abrazo sincero de un amigo, un beso de buenas noches, son el mejor remedio a la inconmensurable soledad que se siente estar en un lugar lleno de gente con las manos solo llenas de un aparato que en dos años valdrá dos pesos.

La cantidad de dopamina segregada por ver uno de los mensajes, jamás será superior a la de esa llamada que te eriza la piel; la voz nerviosa, el corazón latiendo a mil y alguien al otro lado diciendo "te extraño". Lo clásico jamás pasa de moda.

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Un poco de más:  Telegram está llamada a ser la aplicación reemplazo de Whatsapp... a este último también le llegará su momento...




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